Una de las paradojas de la crisis financiera mundial actual es que su origen está en uno de los derechos que incluye la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en concreto el artículo 25: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios […]”.
En agosto de 2007 estalló en Estados Unidos la “burbuja inmobiliaria” que desde entonces ha dejado de capa caída a todo un sistema no solamente económico, sino social y político, y que ha creado una infinita serie decrisis personales que, en algunos casos, han terminado en suicidio. Los árboles no dejan ver el bosque, pero detrás de la macroeconomía también hay personas, experiencias individuales y familiares de sufrimiento, dolore impotencia.
Y no podemos olvidarnos de citar a las cenicientas de esta crisis, de las que no se habla o se habla poco: el fin de la ayuda al desarrollo, el olvido de la tragedia del Sur, con gobiernos que se lavan las manos porque cómo van a enviar recursos al exterior cuando en sus propios tejados ahora nacen las goteras.
Efectivamente, en agosto de 2007 nos enteramos por vez primera de que las “hipotecas basura” existían, se negociaban y se llevaban por delante a los bancos, y con ellos al crédito, y la cadena seguía por las empresas, losempleos, el estado del bienestar y también la solidaridad, la justicia y la caridad.
El camino del desastre se preparó cuando se decidió que un derecho humano, el de la vivienda, era unacarnaza dispuesta a ser devorada por la especulación y el afán de riqueza rápida. Durante años en todo el mundo desarrollado se había construido sin parar, pero la ley de la oferta y de la demanda no siempre funciona como nos contaron en la escuela: primero fue la concesión alegre de financiación, y ya rizando el rizo, la entrada de la economía virtual y el trapicheo entre bancos y nuevos inventos financieros: había más casas de las necesarias, pero cada vez más caras.
Pongamos a esto datos y cifras concretas. Un estudio realizado por The Wall Street Journal publicado en octubre de 2007 proponía un ejemplo real y “modélico” de lo que había pasado. Una gerente de una tienda de fotocopias compró una casa en Las Vegas por 460.000 dólares en 2006. Los dos primeros años pagó mensualidades de 3.700 dólares. Pero en 2008 las cuotas le subieron a 8.000 dólares, mientras que su casa pasó a valer 310.000 dólares. Dejó de pagar la hipoteca, perdió su casa, quedó arruinada.
Lo que los estados y naciones han vivido y tanto se ha noticiado sobre la falta de liquidez, la descalificación de su deuda pública y los consiguientes “recortes” a toda prisa y sin mirar para ver qué dejaron atrás, ha pasado en las familias, en las personas, en tus vecinos. El mercado de trabajo se ha precarizado hasta límites que parecían impensables hace seis o siete años y que rayan la injusticia, cuando no la ilegalidad.
Las relaciones económicas a largo plazo se basan en la confianza entre los actores. Y el 10 de agosto de 2007sucedió por primera vez un hecho que, probablemente, quedará marcado en los libros de historia de la economía dentro de algunos años. Fue el día que todos desconfiaron de todos, el día que los bancos de todo el mundo se negaron a prestarse dinero entre ellos.
Fueron las 24 horas de mayor angustia económica que haya vivido la humanidad. La III Guerra Mundial no vino como cabía esperarse entre ejércitos, naciones y territorios; vino entre bancos, aseguradoras e inversores de todo el mundo. Se llegó a escribir el libro “Las finanzas contra los pueblos: la Bolsa o la vida”.
Las bombas no eran físicas, pero no por ello dejaron de ser destructoras: sobreendeudamiento de países, empresas y familias; mercados desregularizados de derivados (que el multimillonario Warren Buffet llamó de “armas financieras de destrucción masiva”); la especulación inmobiliaria; las crisis de los fondos de pensiones y de las sociedades de seguros. La cadena de fallos sistémicos afectó a todos y en todo el mundo.
En definitiva, el mercado de un bien de primera necesidad, la vivienda, fue la puntilla de la economía neoliberal. Hoy millones de personas en todo el mundo desarrollado viven en una de estas dos opciones: dedicar la mayor parte de sus ingresos a pagar las deudas contraídas al adquirir sus viviendas, dejando de lado otros gastos antes comunes que van desde la calidad de los alimentos hasta el ocio o la cultura; o simplementesobrevivir como pueden sabiendo que cualquier día de estos estarán en la calle, en un “piso patera” o trabajando muchas horas para sólo ganar lo imprescindible que evite el desahucio.
Por poner un ejemplo, es como si hubiésemos vendido y comprado barras de pan a 1.000 euros. No nos hemos creído que una vivienda es tan importante como una barra de pan. Parecía un bien innecesario, de lujo, que puede estar sujeto sin más a las leyes del mercado, que tiene más valor de apariencia que de realidad.
En un medio de comunicación español de carácter conservador y neoliberal, uno de sus lectores habitualescomentaba en una noticia: “los obreros que quieran una vivienda en propiedad que la paguen de su bolsillo; yel que no pueda, que no tenga delirios de grandeza y quiera vivir por encima de sus posibilidades pidiendo hipotecas que luego no devuelve. ¡¡¡ Ya está bien hombre ya esta bien ¡¡¡”. Es decir, para parte de la sociedad la vivienda no es un derecho, sino que es como un coche o un perfume: si no tienes para comprártela, te aguantas. Pero es que en el mercado todas las barras de pan están a 1.000 euros.
La vivienda es una estructura externa pero que permite otras realidades más internas, lo que llamaríamos el “hogar”: el lugar donde se viven los afectos, donde se siente seguridad, donde se mantienen las relaciones humanas más importantes, donde se invierten los ahorros, donde hay privacidad, donde se descansa, donde se materializan los valores del sistema familiar.
Hasta hace unos años, el perfil de los “sin techo” se tildaba de “personas inadaptadas”, casi estaban en la calleporque querían, o personas que no habían triunfado en la vida “probablemente” por falta de voluntad, esfuerzo y por comportamientos reprochables. Pero se admiraba a los ladrones de guante blanco con chalet inmenso en urbanizaciones de lujo como personas “bien sucedidas”.
Al menos esta crisis nos ha hecho cambiar esa visión del pasado llena de prejuicios. Ahora sabemos que los “grandes gestores” de la economía mundial que nos llevaron a esta crisis, recibieron por hacerlo mal y ser despedidos indemnizaciones escandalosas. Para no fijarnos sólo en lo que leemos todos los días en los periódicos desde España, ponemos un ejemplo de otro lado: el presidente director general de Merril Lynch, Stan O’Neal, fue “despedido” por su gestión que llevó al banco a grandes pérdidas. Pero recibió 160 millones de dólares de “indemnización por salida anticipada” de su cargo. Seguramente tenga una buena mansión.
Pero no quiero terminar estas notas sin fijar la atención en los de la “crisis permanente”, esos que ahora han visto recortadas las ayudas de cooperación al desarrollo y de solidaridad:
• Una de cada siete personas en el mundo no tiene acceso al agua potable y casi el 40% de la población mundial, unos 2.600 millones de personas, carece de sistemas adecuados de saneamiento doméstico. Es uno de los bienes (y no de lujo) que incluye una vivienda de calidad.
• 1.200 millones de personas no tienen electricidad en sus hogares.
• 2.800 millones de personas dependen aún de la quema de madera para cocinar y calentar sus casas.
• El 60% de la población urbana en África y el 30% en Latinoamérica vive en infraviviendas. Según las previsiones de ONU-Habitat para el año 2020, 890 millones de personas vivirán en chabolas, “favelas” o “villas miserias” en todo el mundo.
• Sólo en Fortaleza (Ceará, Brasil) hay 550 favelas. En la parroquia de San Pedro de los Agustinos Recoletos, encinco kilómetros cuadrados viven 92.000 personas sin puesto de salud, correos, banco o cajero automático, un auténtico guetto. Aquí los términos bienestar y calidad no existen.
PORCENTAJE DE POBLACIÓN EN INFRAVIVIENDAS EN EL MUNDO